¿Cuál era su rol?
El orden colonial condenaba a las mujeres a una situación de inferioridad social y jurídica con total desigualdad respecto a los varones. Las normativas legales las ubicaban a disposición de su padre y posteriormente de su marido. De esta manera, las mujeres de la clase alta tenían tres opciones para su proyecto de vida: el matrimonio, la soltería o vivir en un convento de clausura.
La dote:
El matrimonio era uno de los pilares de las colonias españolas y era valorado como una base esencial para un orden estable relacionado con la vida cristiana.
Dentro de los sectores privilegiados, la concreción del matrimonio requería de una dote que entregaba la familia de la novia al novio y cuya magnitud debía estar vinculada a la fortuna del candidato. Los bienes entregados como dote solían incluir, además de dinero, tierras y esclavos que serían administrados por el futuro marido, pero que formalmente permanecían como un patrimonio de la mujer. Por eso el hombre debía otorgar el consentimiento legal a su mujer para desarrollar actividades en el espacio público como la compra y venta de inmuebles y la participación en sociedades comerciales.
La moral de las mujeres en las sociedades coloniales: El estricto modelo de conducta inculcado en la época para las personas que integraban la colonia era aún más severo para las mujeres. Se consideraba que sus actos mostraban no solo su honor sino también el de su núcleo familiar, una cuestión clave del imaginario de la época. En este contexto, las características atribuidas a la femineidad fueron, entre otras, la abnegación y el sacrificio.
Igualmente, en esa época se creía que la mujer estaba incapacitada para desarrollar cualquier tipo de actividad fuera del hogar y no era posible para casi ninguna de ellas tener una profesión. En las reuniones sociales era esperable que asistieran acompañadas pero, además, que pudieran sostener una conversación agradable, que supieran bailar danzas españolas y francesas, tocar la guitarra y cantar para deleitar a los invitados.
¿Y qué pasaba con las mujeres afrodescendientes?
Recién a partir de la década del 80 las y los investigadores empezaron a prestar más atención al devenir de la población africana y afrodescendiente en el Río de la Plata. Sin embargo, en muchos ámbitos escolares aún se perpetúa un tratamiento estereotipado de este sector de la sociedad como vendedores ambulantes o sirvientes de la elite colonial.
Madre esclava hijo/a esclavo/a
Las condiciones de vida de las esclavas estuvieron atravesadas por opresiones múltiples, entre ellas el color de la piel, a la que se sumaban las desigualdades atribuidas al género. La mujer africana padecía por lo tanto diferentes formas de control sobre su vida pública y privada a través de sus vínculos familiares como hija, esposa o madre.
Aunque existió un control sobre la natalidad de las personas africanas, en general el número de nacimientos era bajo. Entre las causas principales se destacaron las condiciones de vida a las que eran sometidas pero también, en muchos casos, una decisión personal que estaba relacionada con la condición jurídica de la madre: el hijo/a de una esclava nacía esclavo/a.
Esclavitud o explotación
La condición de esclavitud presentaba variaciones según el género en donde el costo de los hombres y el de las mujeres no era el mismo. De la misma manera, también variaba entre mujeres si tenían hijas o hijos.
A diferencia de los hombres, las mujeres en su mayoría eran destinadas a la servidumbre, tenían a su cargo todas las tareas domésticas.
Las mujeres esclavas que residieron en áreas rurales trabajaban en plantaciones o en estancias, y aunque sobrevivieron en un sistema de explotación más duro que las de la servidumbre, estuvieron en mejores condiciones de conservar y de transmitir las costumbres propias de sus lugares de origen. Ademas, tuvieron en algunos casos la oportunidad de vivir en comunidad. También se desempeñaban como trabajadoras ambulantes en casas particulares como costureras, amasadoras y lavanderas.
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