Había una vez una escuela que no existía.
Cuando comencé a ser maestro de Educación Tecnológica, y amigos docentes me contaban desanimados sobre las escuelas donde trabajaban; yo fantaseaba con una escuela en la que las diferencias sean parte de su riqueza, donde los chicos sintieran que su voz valía, donde no era necesario un Ojo del Gran Hermano para conservar un Orden Frío, donde no estuviera tan clarito el “esto me toca a mí y esto te toca a vos” y donde los padres creyeran en la palabra de las maestras y maestros.
Pensaba en esas y varias otras condiciones para mi Escuela Ideal, pero como era Ideal, sabía que esa escuela no existía, como escribí al comienzo.
Pero me equivoqué, esa Escuela existe; y hoy terminé de saberlo en el amor con que me despidieron; por suerte tengo la excusa de los cuentos para volver a verlos.
La palabra “todos” es injusta y la palabra “gracias” se ha gastado mucho, así que voy a ver cómo hago:
Imaginen que cuando digo” Gracias” se la digo a cada uno, y que además sé en cada caso por qué se la digo, y que cuando digo “a Todos” los imagino cara por cara y carita por carita.
Gracias a Todos, a los chicos y a los grandes.
De ustedes, Claudio Andrés Sobico.